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La sombre de los muertos. Primera parte

Por Levi Cruz


La tarde comenzó a tornarse oscura, la caída de la noche se volvió inminente. Los sonidos del crepúsculo llenos de silencio empezaban a maquinar juegos y trampas en la mente del señor Ferguson. Éste, apenas despertó, pudo percatarse de que se hallaba atado de manos y pies, amordazado y con un agudo dolor de cabeza debido a una contusión y dejándole tendido en el suelo. No podía distinguir nada a su alrededor a excepción del tictac de un viejo reloj a lo lejos. Los latidos de su corazón comenzaron a ir más rápido y fuerte; la intriga y confusión sobre el porqué se encontraba en aquel lugar empezaban a ganar un territorio oscuro y tergiversado en su mente; no conseguía recordar absolutamente nada.


- Piensa mal y acertaras- Se dijo para sí mismo.


La larga experiencia del retirado detective de homicidios no se equivocaban en esta ocasión. Esto no pintaba del todo bien... para nada bien. No lograba recordar siquiera algo de lo sucedido, algún detalle, un indicio que lo relacionase en la precaria y a su vez torcida situación en la que ahora se hallaba. La desesperación empezó a hacer estragos en cada parte de su mente, las sombras se impregnaron en su ropa, la delicada caricia de la oscuridad lo arrullaba en medio de una noche melancólica. Y aquel fatídico tictac que se oía a lo lejos le taladraba los oídos a cada segundo que transcurría... lo volvía loco.


- Mantente alerta -pensó en más de una ocasión- tal vez él está aquí-.


¿Pero a quién se refería exactamente el detective al afirmar que allí estaba alguien?

Así como los rayos de tormenta en la noche iluminan todo a su alrededor cuando caen, un recuerdo de distantes ayeres vino a caer sobre la mente del detective Ferguson, iluminando por un instante, la enigmática situación en la que se hallaba. Un recuerdo materializado en persona; alguien a quien creía haber enterrado muchos años atrás, pero al que negó, en un sin fin de ocasiones, no tenerle miedo. Obviamente era mentira.


La paranoia comenzó a surgir en lo más profundo de su mente. Un antiguo enemigo había regresado, renacido desde la tumba de la memoria.


- Seguro que está aquí, debe de estar mirándome desde la otra esquina, o puede estar enfrente mío o quizá detrás, puede estar en todas partes -se repitió en más de una ocasión.


- ¡Maldito seas hijo de puta! ¡te encontrare y vendré a por ti y te haré pagar, mal nacido!


El detective gritó tan fuerte como pudo, pero un nudo en la garganta hizo que su grito quedara ahogado en la nada; se hacía presa del miedo a cada segundo, a cada gota de sudor transpirada por la adrenalina. El eco de su voz resonó por toda la habitación; cualquier persona en aquel lugar debió oírle... si es que había alguna en aquel sitio.


El viejo detective sudaba frío, las emociones de aquella magnitud aunadas a la desesperación y miedo se convertían en letales, el miedo le jugaba trampas en la oscuridad; sombras moviéndose de un lado para otro, ruidos inexistentes que escuchaba a lo lejos, pero en su interior él sabía que no todo eran trucos mentales, pues en aquella profunda oscuridad como boca de lobo, se hallaba un horror que alguna vez tuvo un nombre, pero con el paso de los años se perdió. Algunos le llamaban la "muerte súbita".


La hora del detective se hallaba cerca, no muy lejos. Ya no había escapatoria, una vez atrapado por él no había marcha atrás.


Y en su incontenible desesperación y miedo por salir de aquel lugar alcanzó a escuchar una voz que no parecía ser fruto de su momentánea locura, una voz serena pero cargada de odio y venganza, una voz que pronunció unas palabras que los rumores decían: serían las últimas palabras puestas en tus oídos, pronunciadas por el que se creía, había regresado del otro mundo. Pero lo inverosímil es que él nunca estuvo muerto, sólo había estado quieto y callado, esperando, maquinando su venganza contra aquellos que le arrebataron todo y no le dejaron ni su dignidad.


- La oscuridad es hermosa, detective. Te permite ver sin ser visto, puedes moverte libremente y nadie sabrá que estás ahí, la oscuridad revela la verdadera personalidad de quién habita en ella. Te muestra en verdad quién y qué tan fuerte eres. ¿Sabe algo detective Ferguson? Después de observarle ahí atado desde algún tiempo, he concluido que no es usted quien dice ser –tirando una risa socarrona al vacío de la habitación, resonando en el eco de la nada.


- No, detective. Usted no es quien creé que es-.


El detective escucho el ruido de los pasos de una persona que se aproximaba a él. Pasos tranquilos, sin ninguna prisa, rodeándole su posición en más de una vez.


El miedo lo consumía, lo abrazaba, era uno consigo mismo. De pronto, unas manos grandes y tan heladas como las de un muerto le tocaron la cabeza acariciándole su escaso cabello, limpiando su precario sudor frio provocado por el nerviosismo de lo inevitable que estaba por venir. El terror le paralizo por completo. La fuerza de su asesino le levanto en un solo movimiento de los hombros, colgándolo en un gancho tan alto, que el detective no conseguía tocar el suelo con la punta de sus pies.


Ferguson nunca se caracterizó por ser una persona muy alta de estatura, su 1.70 metros resultaba respetable dada su posición dentro del departamento de policías de Vinecity. Sin embargo, la facilidad con que fue levantado y puesto en un gancho tan fácilmente, le resultó escalofriante.


La luz de una luna llena que se colaba a través de una pequeña ventana, situada en el techo, ilumino la cara del detective, quién presento una piel extremadamente pálida debido al miedo. El viejo detective comenzó a soltar un lloriqueo como el de un niño, acompañado de una súplica por su vida.


- Por favor no me mates, podemos arreglar esta situación, pero no me mates. Tengo una familia, haré lo que tú quieras, te daré dinero si es lo que buscas, pero no me mates, apiádate de mí, yo solo seguía ordenes- dijo Ferguson esperando que su asesino tuviese un mínimo de piedad.


- Deberías escucharte, viejo. Suplicando y llorando por tu vida como si fueras tan sólo un niño; suenas patético, hasta casi siento lástima por ti. Por suerte para mí, no siento nada. El tiempo de tu vida se ha agotado, tu no tuviste piedad de mí, ¿por qué debo tener piedad de ti ahora?


La enigmática figura pronuncio sus palabras tranquilo y confiado, tomándose su tiempo entre palabras. No existía prisa aparente para el asesino de Ferguson, todo estaba calculado. Una pregunta retórica que ameritaba una respuesta lo suficientemente persuasoria para poder salir de aquel lugar; eso y una mente muy rápida. Lamentablemente, el miedo tenía nublada la mente del detective que no lo dejaba pensar con claridad.


- Pero esto no terminará tan rápido, detective. Tú, mejor que nadie, sabe lo que te aguarda a continuación. Ya lo has visto con antelación, en tus viejos camaradas, aquellos a quienes solías llamar "amigos", aquellos con quienes disfrutabas el sufrimiento de la gente que no podía siquiera defenderse. No, mi querido y viejo amigo, esto no terminará pronto-.

Dicho esto, se hizo un silencio espeso e incómodo. Ferguson, por un segundo, quedó desconcertado con la situación, ¿dónde se había metido su asesino?


Pero no duro mucho aquella momentánea pausa, aquel fantasma volvió a dirigirse a Ferguson para interrogarle por algunos acontecimientos que sólo el detective conocía, él y sólo él.


- Sé que estás consiente que ya no saldrás de este lugar, al menos no con vida. También sé que has hecho demasiadas cosas de las que no te arrepientes, algunas malas y otras peores. Esta podría ser una buena oportunidad para ponerte en paz contigo y con los fantasmas de tu pasado. Liberar los demonios que llevas en tu interior y conseguir una oportunidad con Dios para que te deje en el lugar menos tortuoso de infierno-.

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